Hace tiempo que se sabe que el ejercicio regular es importante para nuestra salud. Sin embargo, este conocimiento no parece tener el suficiente poder motivador para poner en movimiento a una gran parte de la población. Combinado con el envejecimiento de la población, se trata de una combinación tóxica que causa mucho sufrimiento y un aumento vertiginoso de los costes sanitarios.
Pero con el creciente número de resultados de nuevas investigaciones, nuestros conocimientos sobre los efectos del ejercicio en la salud, especialmente el entrenamiento de fuerza, constituyen un argumento convincente para que todo el mundo considere el ejercicio como un nuevo hábito que todos deberíamos tener, jóvenes y mayores.
La inactividad mata, o al menos envejece. Las consecuencias de la inactividad son graves y a menudo aceleran el proceso de envejecimiento. Muchos de nosotros tenemos experiencia de primera mano con los efectos tangibles del envejecimiento, al ser testigos del declive de las capacidades físicas y mentales. Sin embargo, bajo la superficie acecha una acumulación clandestina de riesgos que un día pueden estallar de forma dramática. Para algunos, esto supone una llamada de atención para adoptar cambios radicales en su estilo de vida, mientras que para otros, por desgracia, puede ser demasiado tarde.
Lo que se sabe menos es que, además de los típicos problemas cardiovasculares asociados a un estilo de vida sedentario, nuestros hábitos pasivos y nuestras malas elecciones alimentarias allanan el camino a otras muchas enfermedades, como el cáncer, la diabetes, la artrosis y la osteoporosis, entre otras. Incluso para quienes priorizan el bienestar mental sobre la salud física, la pérdida de masa muscular provoca un preocupante declive paralelo de la capacidad cognitiva (1). Esta interconexión entre cuerpo y mente está cada vez más reconocida, haciéndose eco de los sentimientos del antiguo poeta romano Juvenal, que proclamó célebremente «mens sana in corpore sano»: mente sana, un cuerpo sano.









